Editorial – El País
Asentado ya en el cargo, Alejandro Gallardo, el flamante nuevo ministro de Hidrocarburos, que es además el presidente del Directorio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) ha empezado a hacer cuentas con lo que queda, y es que los márgenes de acción son estrechos y el ritmo, vertiginoso.
Hace apenas un mes el gobierno anunciaba un fabuloso nuevo hallazgo gasífero en el norte de La Paz. Se trata del bloque Mayaya Centro, una formación nueva en una zona donde no es la primera vez que se depositan grandes expectativas. El anuncio fue precipitado porque todavía no hay declaratoria de comercialidad del gas encontrado y no se han perforado los pozos para delimitarlo completamente, pero la necesidad de entregar éxitos resultó pesar más que la perceptiva prudencia que suelen acompañar estos casos. Para un ministro que quería salir le resulta más fácil hacerlo tras anunciar un éxito que tras vivir un fracaso.
Molina señaló en su momento que el hallazgo de Mayaya iba a implicar una inversión de lógicas y un cambio de paradigmas en Tarija, que cada vez se convertiría en algo más residual en favor de las nuevas zonas, e hizo paralelismos sobre lo sucedido en Argentina con los campos del norte respecto a la nueva zona privilegiada de Vaca Muerta, en la cuenca de Neuquén.
El asunto bien merecía una explicación específica en Tarija que seguramente el ministro Gallardo será capaz de entregar con más detalles, conociendo además el impacto que puede producir ese cambio. Un cambio que confirme definitivamente todos los malos presagios: la industria petrolera pasó como una exhalación por el departamento igual que lo hizo en los años 30 y en los años 70: se instaló, extrajo todo lo que pudo y después se fue dejando una Gobernación quebrada nadando en deudas heredadas por gestiones dispendiosas y, todo hay que decirlo, muy pocos negocios construidos alrededor de una industria que tal vez dio muchas regalías, pero creó muy pocos puestos de trabajo estables y generó muy poca riqueza local.
En el Chaco sus comunarios son conscientes de que el siglo pasado los petroleros abrieron caminos a machete con el único objetivo de llegar a sus campos y que aquello resultó un beneficio, pero pueden rescatar muy poco de los últimos años: algunos trabajaron de chofer, algunos abastecieron el cáterin cuando no venía envasado desde Santa Cruz, algunos llenaron algunas tabernas en Caraparí o elevaron los precios de los insumos ante tamaña demanda, pero al final, se fueron.
En esas, convendría que el ministro fuera de una vez claro y tomara una decisión definitiva sobre los pozos Domo Osso del proyecto de San Telmo, que pende sobre las cabezas de los comunarios de Chiquiacá sin avanzar hacia un lugar o hacia otro. Tal vez cabe un referéndum regional al respecto ahora que están de moda. Tal vez vale la pena conservar el patrimonio natural intacto. Tal vez les compense atender las críticas de la región cansada de promesas que al final se esfuman. Tal vez sea tiempo de cerrar por fin ese debate inacabado que es Tariquía. El nuevo ministro tarijeño puede hacerlo.
Via: El País